Ya está, es oficial, me ha salido una cana. El otro día estaba con unas amigas tomando algo en un bar (en realidad esto ocurrió hace unos meses) y de repente una de ellas me dijo: “Laura, acabo de verte una cana”. ¿Mi reacción? ¿Habéis escuchado aquello de las “cinco fases del duelo” de Kübler-Ross? ¿No? Habréis visto por lo menos este capítulo de Los Simpsons. ¿Tampoco? Bueno, se podría resumir así:
- Negación: ¿Una cana? ¿Yo? No puede ser. De pequeña era rubia y siempre he tenido algún mechón rubio, lo debes de haber confundido. ¿Una cana? ¿Yo? Imposible.
- Ira: ¿Una cana? ¡Maldita sea! Pero si todavía soy joven, maldito mundo, maldito pelo, malditos genes, malditos tintes tapa-canas.
- Negociación: Mira cana… ¿qué te parece si te corto y no aparecéis más hasta dentro de… 10 añitos? Venga, anda, tonta, si no es para tanto…
- Depresión: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¡Con veinti-pocos y ya tengo canas! ¡A los 30 tendré todo el pelo blanco!
- Aceptación: Bueno, no es para tanto, es una cana, ya ves tú. Además, el pelo blanco es bonito. Sí, de hecho, hasta puede que me favorezca, que me haga más… interesante.
¿Qué narices nos pasa a las mujeres? Dejadme que os diga que esto es un sinvivir. Que si nos salen canas, arrugas, celulitis… Son demasiadas cosas por controlar. Desisto. Ya está, desisto. No puedo más. Oficialmente, me rindo.
No, vamos a ponernos serios, yo veo a tipos por la calle que con sus 30 y muchos lucen sus canitas y arruguitas con total normalidad, y hasta con orgullo. Las revistas de moda me llevan diciendo desde la más tierna infancia que los tipos con canas (los que aún tienen pelo) son sexys y atractivos. ¿Y por qué narices yo no puedo ser sexy y atractiva con canas? ¿O con arrugas? ¿Qué clase de injusticia es esta? ¿Se trata acaso de una maldición divina?
Pues no queridas y queridos, no es ninguna maldición divina. Lo cierto es que tan atractivas somos nosotras con canas y arrugas, como lo son ellos. Lo que pasa es que hay por ahí unos tipos muy listos que se han encargado de hacernos creer que ellos mejoran con los años, como el vino, y que nosotras estamos mejor jovencitas, inocentes y a poder ser, tontas y sexualmente disponibles.
Nosotras no nos hacemos más interesantes a medida que aumenta nuestro conocimiento, ni tener hijxs nos hace parecer mujeres más responsables y por lo tanto aptas para un puesto de trabajo, y nuestras arrugas y canas son el mejor aliado de las grandes marcas para vender tintes y cremitas milagrosas.
Lo siento, amigas, al igual que yo, vosotras también estáis condenadas. Condenadas a la invisibilidad, a miraros al espejo con miedo a encontraros una cana nueva, a ir a comprar cremas para intentar hacer creer al mundo que a los 40 tenemos la misma piel que a los 20.
Y no, a no ser que te conserves en formol, lo siento pero trabajando 12 horas al día, durmiendo 8 (en el mejor de los casos), tomando el sol en verano, riendo hasta reventar, llorando viendo películas… en definitiva, VIVIENDO, no se puede tener la misma piel a los 20 que a los 40.
Sinceramente, no sé si servirá de algo, pero yo hoy quiero reclamar la belleza, sí, belleza, de mis canas. Quiero reclamar mi derecho a envejecer y poder seguir sintiéndome atractiva. Y quiero hacerlo porque la vida es demasiado corta para pasarse preocupada por las tonterías que nos han metido en la cabeza, porque cuesta demasiado ganarse el dinero en este maldito mundo y prefiero gastarlo antes en viajes, que en cremas, porque estoy harta de que como mujer me digan lo que puedo y no puedo hacer, qué debe hacerme feliz y cómo debo sentirme con mi cuerpo. Porque todas esas marcas que tanto aborrecemos y que algún listo se le ocurrió llamarlas «imperfecciones», son la mejor muestra de que estoy viva, y que me lo estoy pasando y quiero seguir pasándomelo de maravilla.
Por eso, de pie (para que os voy a engañar, estoy sentada), con la voz en alto (más o menos) y la mano en el corazón (en una cerveza con limón), ¡reclamo mi derecho a sentirme imperfectamente bella!
No hay más que ver una de las últimas campañas de Mango: él, Zidane (calvo, 42 años); ella, una muchachita que apenas pasa los 18 (y como decía Barbijaputa, esto sería perfecto de no ser porque al revés sería impensable).
Algo así veo también en clase: 4º ESO, entre 15 y 18 años, uniformados. Muchas de ellas tratan de escapar a esa imposición adornando los límites (los pendientes, las uñas, las cosas del pelo), ellos viven absolutamente despreocupados por su aspecto…
… y así nos luce el pelo.