Hace unas semanas leía el artículo Menstruar, ¿no es un atraso? De Erika Irusta y me puse a reflexionar sobre la menstruación. Esa acompañante silenciada, apodada de mil maneras y escondida en otros mil lugares. “Esos días del mes”, “la mujer de rojo”, “me ha venido”, como si se tratara de algo ajeno a nosotras, de un mal que nos visita de vez en cuando. Los anuncios de compresas la tiñen de azul y aseguran que nos “librarán” con sus maravillosos métodos de esta horrible carga que nos ha dado Dios.
A las mujeres siempre nos dicen cómo nos debemos sentir ante las distintas situaciones de la vida y casualmente, casi siempre nos dicen que todo duele. El amor, ponerse guapa, parir, la regla… Pocas niñas quieren que «les venga» la regla, sin embargo, yo crecí a gusto con mi regla, con los cambios que experimentaba mi cuerpo y mi mente y poco a poco fui conociendo y leyendo testimonios de mujeres a las que resulta que también les gusta, que disfrutan de este proceso, de su naturaleza. Entonces, ¿por qué incluso antes de venirnos la regla ya la tememos? ¿Por qué un proceso natural está envuelto de tanto tabú y misterio?
Leyendo a Erika entendí lo que para mí es la clave de todo: este sistema no nos acepta. El patriarcado-capitalismo en el que vivimos exige la producción infinita y solo admite a los seres masculinos que sean capaces de trabajar en un ciclo interminable. Por eso, no puede aceptar la enfermedad o la discapacidad y pone al mismo nivel los ciclos hormonales y menstruales de las mujeres. Es más, el sistema se apodera de nuestros cuerpos y ciclos para justificar nuestra exclusión y sitúa todo lo femenino en un plano inferior.
Para explicar esto rescato un párrafo de Erika: “Otra de las dificultades que hay es la de concebir desde la cultura el cuerpo femenino como un cuerpo falible, poco estable y por ello poco confiable. Durante muchos siglos, se legisló para que las mujeres no pudieran ostentar cargos “importantes” debido a los cambios de humor y cambios físicos de su endeble/enfermo cuerpo. Con el paso de tiempo y gracias a mis madres simbólicas (feminismo de los años 70) se consiguió que el cuerpo femenino no fuese una traba para conquistar el mundo público. De ahí se promovió la nueva idea de que la menstruación no nos podía afectar. Se gritó que nuestro cuerpo no nos podía frenar. Nuestro cuerpo se dibujó como nuestro eterno traidor y se buscó caminar por encima de él y sus “limitaciones”.
Y al caminar por encima de sus limitaciones eliminamos nuestra naturaleza y una vez al mes nos atiborramos de pastillas y analgésicos y tiramos “pá lante”, (y luego dicen que somos el sexo débil).
En ocasiones se adoptan medidas que a las generaciones futuras se nos antojan ridículas o sin sentido pero que en su momento sí lo tenía. A aquellas mujeres “negar su cuerpo” les permitió acceder a un mercado laboral que había sido siempre inaccesible para ellas y reclamar unos espacios que les habían sido negados. Sin embargo, el cuerpo de las mujeres sigue siendo un campo de batalla, esa frontera por la que todos pasan y de la que nunca nos quieren dejar adueñarnos. Quizás ha llegado el momento de tomar las riendas de nuestros cuerpos, aceptarnos, conocernos y aprender a querer y entender nuestros procesos como forma de lucha.
Como dice Erika en su artículo: «así que cada vez que decimos “¡Odio mi regla!” podríamos estar diciendo “¡Odio este sistema de mierda que no me permite ser como soy!».
Imagen: PlayGround Magazine
Oye Lauro que razón tienes… No me había parado a pensarlo, pero es verdad! La mayoría de mujeres suelen intentar ocultar que tienen la regla y lo cierto es que a día de hoy es un tema tabú, sobre todo cuando hay hombres delante.
Pues sinceramente, a mí me encanta menstruar 😀
Muchas gracias Mariso. A mí también me encanta y me he empecé a dar cuenta hace tiempo de lo escondido que está, ¡como si no fuese algo natural que nos pasa todos los meses!
Pero como pasa la mayoría de las veces, no es algo casual… ¡Viva la regla! 🙂