Darle al botón de desbloqueo del móvil para mirar la hora. O para mirar si hay alguna notificación. O para mirar si hay algo. O para mirar nada, pulsar el botón únicamente como acción mecánica, como algo interiorizado. Hace mucho tiempo que me di cuenta de que mi uso del teléfono móvil no era sano. El móvil se ha convertido en una extensión de mi cuerpo, en mi bolsillo permanentemente. Puedo salir de casa y olvidarme de algo pero nunca del móvil. No encontrarlo en el bolso o no tener buena conexión a internet cuando creo necesitarla me produce cierta angustia. Miro el móvil mientras veo la tele, yendo en metro y autobús, en lo que he tardado en teclear este párrafo seguramente ya habría pulsado un par de veces el botón de desbloqueo. Al ir a dormir pongo el ‘modo avión’ pero nada más despertarme lo primero que hago es quitarlo. He mirado el móvil estando con gente. O he evitado hacerlo pero mi mente lo estaba deseando. Busco wifi cuando estoy en el extranjero. Miro Instagram, Facebook y Twitter, pero sin interiorizar nada de lo que veo. Antes de experimentar aburrimiento, cuando el aburrimiento empieza a sentirse, cuando la mente se queda en blanco, cojo el móvil y hago un repaso de todas esas redes, aunque ya lo haya hecho hace poco tiempo. Los correos y whatsapps de trabajo llegan a cualquier hora, da igual si es fin de semana o es de noche. También los respondo a cualquier hora. La barrera entre espacio público-privado, laboral-personal, casi ha desaparecido. Me cuesta una barbaridad concentrarme y leer un artículo extenso. Ver la televisión, escribir o estudiar sin consultar el teléfono. La sensación de conexión es constante, permanente, siempre disponible para ver la última notificación. Mi cuerpo siempre está conectado a la red vía smartphone, incluso cuando no lo miro. Sé que está ahí, sé que puedo cogerlo y darle al botón de desbloquear.
Esta semana Carnecruda.es dedicó un programa íntegro a este tema en el que entrevistaron a Sergio Legaz, autor de Sal de la máquina, un libro en el que el autor explora la vida desconectada y comparte recomendaciones y consejos para iniciar el proceso en varios pasos que van desde silenciar notificaciones, desconectar datos y wifi a ratos, establecer espacios sin móvil, como el dormitorio, o pasar un día entero sin móvil como preámbulo a un posible abandono total de este dispositivo.
Siguiendo sus consejos me he propuesto empezar por desconectarme de la red a ratos o, mejor, conectarme solo en momentos puntuales del día y reducir los momentos de conexión a cuando enciendo el ordenador. Ya he probado en otras ocasiones poner el modo avión durante un rato o salir a pasear sin móvil y siempre que lo he hecho he sentido automáticamente una sensación de desconexión muy placentera. En esta ocasión quiero ir un poco más allá, depurar mis hábitos de uso del teléfono y reconciliarme con el mundo analógico para reaprender a vivir sin esa conexión constante y martilleante.
Alejarme del ruido para escuchar mejor.