Sábado – 18/04/2020
La mañana de hoy huele a vacaciones. Mientras me tomo un café tempranero asomada a la ventana por un momento siento que he madrugado para salir de viaje. Como si fuera uno de esos días en los que te da pereza levantarte porque te acostaste tarde terminando de hacer la maleta pero te sobrepones fácil al remoloneo porque sientes la punzada de la emoción. Te pones en pie en medio de ese silencio que transcurre entre la madrugada y el despuntar del sol y sales a la ventana estirando los brazos y soltando un sonido que es algo así como mmmmmheay…!!! Entonces hueles algo que solo es posible oler en esos días de primavera o verano, y a esas horas en las que el cuerpo aún pide una rebequita. Es un olor dificil de describir, como a hierba, como a algarrobo. Es un olor suave, pero penetrante. Estando allí de pie, envuelta en ese olor y con el calor de la taza del café sobre el esternón, casi siento el ruido de las mochilas al caer sobre el maletero del coche, el motor arrancar, el ligero golpeteo torpe al tratar de enchufar el móvil al conector, y la música de la lista “Variadito» que en el futuro me devolverá una y otra vez a ese viaje. Y si me esfuerzo un poco más también puedo sentir la ciudad diluyéndose y dando paso a los campos de Castilla, tan aburridos a veces, pero tan anhelados ahora mismo; y llegar a ese destino, bajar del coche, estirar las piernas y tomar una gran bocanada de aire con el rugir en el estómago del «aún está todo por pasar». Supongo que es cierto que aún está todo por pasar. Puede que siempre lo esté.
Más de Una ventana propia para el fin del mundo
