Jueves – 23/04/20
Llevo toda la cuarentena pensando que mi agenda del móvil me boicotea. En ella siguen apuntadas las citas o eventos a los que pensaba asistir de no haber llegado una pandemia. Cada mañana, cuando enciendo el móvil y aparece la alerta, me quedo mirando la pantalla y pienso en la realidad paralela en la que esos eventos habrían sucedido. Está el congreso en el que iba a participar en abril, el viaje de Semana Santa, el cumpleaños de T., el entreno de fuerza, la clase de boxeo y la de escalada, la inauguración de la casa de M., renovar el pasaporte, el club de lectura, una merienda con B… Es una línea temporal que ya no existe.
Leo un tuit de Cristina A., dice: «No poder salir no es lo terrible de la pandemia, en mi caso, es no poder hacer planes, no tener ilusiones, ni ganas. Vivir en espacio plano. O peor, tenerlas y saber que AHORA NO, NI MAÑANA».
No sé por qué no he eliminado ninguno de esos eventos. Quizás no lo he hecho porque de alguna forma sigo anclada a esa realidad alternativa. O quizás es que sueño con salir de este espacio plano y retomar la rutina que mi agenda me escupe ahora casi con sorna. Como si cada uno de esos eventos me conectaran de alguna forma con la normalidad, o con la posibilidad de regresar a una.
Puede que la cuarentena se parezca un poco a montar en avión. Recuerdo estar volando hacia Bolonia con M., ella iba editando un vídeo y yo escribiendo en la libreta: «Amanece al otro lado de la ventana del avión. Suena O mio babbino caro. Volamos por encima de las nubes y aquí arriba es como si todo quedara suspendido en el tiempo. Como si el mundo no estuviera girando y el amanecer pudiera agarrarse, tocarse, detenerse a nuestro antojo», anoté entonces.
Pienso que ahora también es como si todo hubiera quedado suspendido en el tiempo, como si estuviéramos sentadas en ese avión esperando a que nos den pista de aterrizaje, con esa emoción casi pueril de llegar al destino y descubrirlo todo.
Más de Una ventana propia para el fin del mundo
