Anoche me acosté pensando que no quiero redes sociales, quiero un blog, pero los blogs no se leen, ya nadie lee blogs. Anoche abrí un blog, pero no publiqué nada. Al instante de abrirlo lo vi un sinsentido, totalmente pasado de moda, totalmente «old fashion». El blog tiene algo que no tienen las redes, quizás es la posibilidad de editar su forma y color. O el proceso de entrar, darle a “nuevo post” y comenzar a escribir. Quizás es solo nostalgia. Un blog hospedado en una plataforma tipo WordPress no es anarquía, pero en comparación con la cerradez y tiranía de facebooks e instagrams casi parece el colmo de la utopía. Hace unos días Erika Irusta se quejaba en su Instagram de Instagram y de la tiranía de Instagram, reconocía la incoherencia, pero es que «es aquí donde estáis todas», decía. Se preguntaba «cómo hemos llegado hasta aquí». Ha sido rápido. Nos dejamos seducir enseguida por el atractivo vacuo y cuando quisimos despertar descubrimos que somos completamente yonkis y dependientes de la dosis siguiente. Decía también que quizás deberíamos crear otros espacios, rebelarnos. Me recordó a una conferencia en la que estuve hace años de unas «feministas hackers» que no usaban las «redes top» y animaban a la gente a instruirse en el código abierto y esas cosas. A mí siempre me ha gustado sentirme «hacker», pensé. Hacker de pacotilla. Como cuando usábamos Linux en el cole. Como cuando me sumé a la editatona de Wikipedia. Pero al final… la pereza, y la desidia y el «ya lo haremos algún día» sumado al sentimiento inoculado de que es muy complicado hacerlo. Hay quienes se preguntan ya si la realidad digital no es ya realidad en sí misma. Me pregunto qué tipo de subjetividades estamos potenciando y creando tan solo al aceptar ser la mercancía de grandes corporaciones que se alimentan de nuestros pensamientos, de nuestra rabia, de nuestra tristeza, de nuestros deseos. No me gustan las condiciones de las «redes top», menos me gustan sus dinámicas. La dinámica máquina-tragaperras, la dinámica de la hiperdisponibilidad, la dinámica del like-ostracismo, la dinámica de la autopromoción… Es como una relación de pareja tóxica: te quedas porque hay cosas que molan y dan dopamina, pero la mayor parte del tiempo apesta. «Pero está todo el mundo aquí», y yo quiero hablar. La razón de por qué quiero hablar, compartir, o ver es otro tema. Hace poco también leí una columna que decía algo así como que, en medio de tantos relatos apocalípticos, entre tanta distopía, por qué no aspirar a la utopía. Por qué no imaginar otros mundos posibles. Imaginar permite construir, es la antesala del pasar a la acción. Y yo quiero otros mundos posibles, muchas lo queremos. Quiero monte y cuerpos no colonizados, no cercados, cuidados mutuos, responsabilidad afectiva… Y no quiero abusos ni en mi casa, ni en la plaza, ya sea la del barrio o la de la nube.