Ayer, como cualquier día, volvía a casa por la noche de trabajar. Iba perdida en mis pensamientos con los cascos de música puestos cuando divisé a un grupo de hombres al lado de un coche unos cuantos metros más allá. Nada más verlos y sin quererlo, mis sentidos se pusieron alerta. Sin embargo no quise prejuzgarles y continué mi camino. Al llegar a su altura ocurrió lo que me temía: se dieron la vuelta, me miraron de arriba abajo, uno de ellos me silbó y otro dijo algo sobre mi aspecto que no entendí bien porque estaba escuchando música.
Mi cuerpo me pedía darme la vuelta y gritarles. Pero no lo hice. No lo hice porque era más grande el miedo. Porque sabía que hacerlo podía acarrear peores consecuencias. Así que continué mi camino y me fui a casa con el malestar en el cuerpo.
¿Por qué esos hombres se sintieron legitimados a valorar mi cuerpo, mi apariencia, mi forma de vestir? ¿Por qué yo como mujer tengo que soportarlo e incluso mostrarme dispuesta y agradecida?
Hace unas semanas saltó a los medios el tema de los piropos después de que Ángeles Carmona, la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, afirmase que los piropos constituyen una agresión a la intimidad de las mujeres y deberían ser eliminados. En las redes sociales se vertieron todo tipo de comentarios, su mayoría, criticando las palabras de Carmona y debatiendo sobre qué tipo de piropos pueden ser socialmente aceptados y cuáles no.
Sin embargo, esa no es la cuestión. La cuestión no radica en si el comentario, si el piropo, es un halago o si es obsceno. No estamos hablando del piropo que te puede decir en un momento determinado tu novio/a, o tu hermano/a. La cuestión radica en por qué hemos construido una sociedad en la que los hombres se sienten con el poder y el derecho de salir a la calle y hacer valoraciones sobre el cuerpo de las mujeres. Una sociedad en la que a los hombres se les permite juzgarnos continuamente y en la que nosotras nos sentimos con el deber y la obligación de modificar nuestros cuerpos para ajustarnos al canon de belleza establecido; establecido para hombres, y ser así aceptadas.
Repasando los comentarios en Twitter leí uno que me pareció realmente esclarecedor: «Si el piropo es algo «bello» ¿por qué te ha de molestar que otro hombre te alabe el paquete, por ejemplo?».
No nos quedemos en la superficie. No nos quedemos valorando qué tipo de piropos son socialmente aceptables y cuáles no, en si el comentario en cuestión es bonito o feo o si te hace sentir o no halagada. El piropo es un tipo de agresión a la intimidad de las mujeres. Un monopolio masculino-heterosexual que reafirma al «macho» y que tiene cabida en una sociedad en la que a los hombres se les permite juzgarnos a su antojo y marcarnos como ganado.
Como mujeres no tenemos por qué soportar ni sentirnos halagadas al recibir un comentario de un tipo al que nos acabamos de encontrar. No somos unas locas ni unas desagradecidas. Somos personas con el mismo derecho a ser, vestir o actuar como nos plazca sin que nos juzguen por ello. A caminar por la calle sintiéndonos libres. A no tener miedo.