No soy una, sino varias

No soy una, sino varias. No existe una única yo. Me compongo de muchas y variadas piezas formadas por las vivencias que atraviesan mis carnes. Todas ellas forman a la una, pero la una no es sin las demás.

Está la fuerte, la que se construye y deconstruye cada día desde el feminismo, la luchadora, la poderosa. La que siente que puede con todo. La arrolladora. Es la que cuestiona cada día su sentir y rompe con todo desde los cimientos.

Y está la que esconde dentro de sí todos los miedos, la pre gafas violetas que le duele el mundo y busca con ansia un cobijo, un abrazo, un “estoy aquí y te protejo”. Ella también es fuerte, pero no lo sabe, se siente pequeña, débil, frágil. Necesita de los demás su calor, su afecto y atención.

La primera no soporta a la segunda, se piensa a sí misma como un ser moderno, evolucionado, y cree que la otra no debería existir y su mera existencia es un atraso. La segunda no entiende a la primera, su aparente frialdad, su mirada impasible, la admira en toda su esencia, desearía ser ella para así poder dejarse fluir, con su cuerpo de miedos y anhelos, y desaparecer.

Sin embargo, son como dos hermanas condenadas a entenderse, porque la una, el todo, no existe sin ellas. El todo lo forman las partes, la fuerza y los miedos. El presente en batalla. El pasado y los recuerdos.

La primera aporta valentía, poderío, una fuerza única, inigualable, un carácter genuino. Escribe con ideas firmes y defiende sus tesis por encima de todo. La segunda es el sentir, el trazo más grácil de la pluma, el instinto arraigado, aprehendido, la parte más animal, irracional, la que canta, pinta y ama.

En la cabeza su lucha retruena,  duele, quema. Una tercera intenta reconciliarlas, hacerlas entender que se necesitan, que cada una es especial y única. Imprescindibles. Porque la fuerza empuja, pero la fuerza misma nace de los miedos. Los años y las experiencias que atraviesan a la segunda y la hacen sentirse frágil, llena de inquietudes, plantaron la semilla de la que surgió la fuerza, la primera. Por eso la una no se entiende sin la otra, porque las dos aportan un matiz único y la primera es gracias a la segunda, y la segunda mece a la primera.

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