Recuerdo aquellos años de pubertad antes de la llegada de la regla como una época de incertidumbre. Lo cierto es que ni yo ni mis amigas sabíamos muy bien de qué iba la cosa, más allá de los dibujos asépticos e irreales de los libros de texto y de las vagas explicaciones de una profesora que se refería al sexo como “acto matrimonial”. La regla era un tabú, no queríamos que llegara, había chicas que decían que dolía y era incómodo o molesto. Todo rumores.
Yo fui una de esas chicas que vivió los cambios físicos propios de la pubertad antes que el resto de compañeras y amigas. Eran los últimos años de educación primaria y mis pechos infantiles empezaron a adquirir volumen, un volumen que yo intentaba disimular con camisetas anchas y tops ajustados. También era el momento en el que los chicos comenzaban a fijarse en las chicas y valorarlas y a mí me hacía sentir tremendamente incómoda y odiar un poquito más esos cambios que me delataban y ponían en evidencia.
Recuerdo el día, era verano, por la noche, fui al baño a hacer pis y al bajarme los pantalones vi una mancha de color rosado, grité: “¡mamáááááááááá!”, y cuando mi madre entró en el baño se llevó las manos a la cabeza y sonrió emocionada. Esa mancha sin duda significaba algo: que ya no era una niña, decían. Me trajo una compresa y recuerdo perfectamente la sensación de extrañeza al ponérmela, me sentía muy incómoda. Le pedí que por favor no se lo contara a nadie.
Ese día supuestamente dejé atrás parte de mi infancia, pero no solo eso, ese día comenzó una carrera de obstáculos para esconder algo que no debía saberse. Cuando invitaba a mis amigas a casa para merendar hacía un exhaustivo repaso de la habitación para esconder cualquier compresa o rastro de ella que pudiera haber olvidado en la cama, cajones o estanterías, y cuando salía el tema de la menstruación, fingía no saber nada y compartir sus mismos interrogantes. Las clases de gimnasia que siempre me habían encantado se convirtieron en una terrible tortura cuando coincidían con la regla. Correr y saltar con esas compresas con alas superabsorventes era un horror, me sentía como si llevara un pañal y sudaba muchísimo.
Un día intenté ponerme un tampón. Leí detenidamente las instrucciones del prospecto, con esos dibujitos chiquitajos tan “bien” ilustrados, me senté en el váter con las piernas abiertas, mientras sujetaba un espejo con una mano y el tapón con la otra y lo intenté. Yo había sido una adolescente con curiosidad por su cuerpo, conocía como era y no era la primera vez que tenía contacto con él, como la mayoría de chicas, tampoco había recibido educación sexual de ningún tipo, pero mi curiosidad me había llevado a explorar y explorarme. Aun así me temblaban las piernas y me sentía muy nerviosa. No lo conseguí y tardé mucho tiempo en volver a intentarlo.
Después de más de un año de aventuras y desventuras escondiendo a mi nueva amiga pasó algo. Un día, estaba sentada en clase y al sacar la carpeta de la mochila salió volando una compresa envuelta en papel de plástico amarillo. La recuerdo volar, brillante, grande, espléndida –he pasado tardes esforzándome por hacer aviones de papel que han volado menos-, los compañeros de alrededor se giraron, la compresa cayó, como un proyectil, contra el suelo, justo en el centro de la clase, todos la miraron fijamente con cara de póker, incluida yo. Por unos instantes el tiempo se detuvo y sentí un sudor frío bajando por mi espalda. “Tierra trágame”, pensé. El gran secreto al descubierto. Entonces, de repente, una compañera entró en escena, se acercó a la compresa, se agachó, la cogió y me la dio mirando al resto y diciendo: “qué pasa, nunca habéis visto una compresa ¿o qué?”. Todos se dieron la vuelta, como avergonzados, sin decir nada. No se lo dije nunca y probablemente este recuerdo haya desaparecido de su mente, pero fue mi heroína.

Este relato es tan solo uno de los muchos que existen y podría extrapolarse con múltiples variantes a todas y cada una de las mujeres del planeta. ¿Qué tiene la regla que en pleno siglo XXI las niñas siguen viviendo con miedo, desconocimiento e incertidumbre un proceso tan natural? Algo como la menstruación, que en condiciones normales vivimos mensualmente todas las mujeres del mundo durante nuestra edad fértil, está completamente invisibilizada, vista como algo sucio y oculta tras un mar de estereotipos e ideas equivocadas y distorsionadas, como que es malo bañarse, que no se puede tener sexo o que durante esos días somos monstruos intratables.
En cada oficina, en el metro, en la calle, todos los días nos cruzamos con mujeres que están menstruando y lo hacen en silencio. Obligadas a ocultar su sentir y escapar al baño a hurtadillas con la compresa escondida bajo la camiseta para que nadie note que está “en esos días”, para que nadie piense que su comportamiento, su productividad o sus capacidades están condicionadas por ella.
Las niñas se enfrentan a este momento crucial de sus vidas solas, sin información, sin ayuda. Nadie les explica cómo se van a sentir, nadie les ayuda a conocer sus cuerpos, aprender a amarse y entenderse. Y los mensajes que reciben de los medios y habitualmente de amigas, hermanas mayores o familiares, son negativos y nada alentadores. Miles de niñas seguirán pensando que esa mancha roja es una condena. En muchos lugares del mundo continúa siendo una condena mayor, una condena a la exclusión y la marginación. En el resto, significa invisibilidad. Miles de niñas crecerán creyendo que durante esos días son seres inestables, que sus sentimientos no deben ser tenidos en cuenta porque “están malas”.
Erika Irusta, pedagoga sexual, decía una frase estupenda al respecto para explicar el tema de la «inestabilidad mesntrual», no la recuerdo literal, así que la reescribo con mis palabras: puede que en esos días de regla estalles más de una vez o digas cosas que otros días del mes no dirías, pero no es porque la regla te haga llenarte de odio o rabia o te convierta en un ser hostil que no eres, sino porque te da la fuerza, el poder, el hartazgo de denunciar situaciones que normalmente callas y aguantas. De ser más tú que nunca. Auténtica. Irusta también dice que “menstruar mola, pero en esta sociedad duele”, porque la menstruación es improductiva para un sistema que busca seres que produzcan todos los días del año sin descanso. Porque la mensutración te llama a permanecer contigo misma, a descansar, hacerte un ovillo y esucharte, pero este mundo no nos deja.
Siempre dicen que la lucha empieza en una misma. Mi pequeña forma de luchar por la visibilización de la regla es hablar de ella, mencionarla cuando me preguntan, y llevar siempre bien visibles las compresas y tampones al baño de la oficina.
Así que no tengáis miedo, menstruamos, pero no mordemo. O tal vez sí.