Me debato entre lo que me dicen que es importante y lo que considero importante. La amalgama de informaciones que se apelotonan diariamente en las cabeceras de los medios tiene nombre: agenda setting. En las aulas de periodismo dicen que la agenda setting es construida por medios, políticos y diversos poderes y grupos de presión, en porcentajes variables. Las redes sociales e internet añadieron un factor determinante: permitir que cualquier persona en los márgenes de esos grupos pudiera poner sobre la mesa temas. Dirigir la mirada hacia otros espacios. Romper con la jerarquía o, al menos, crear grietas en ella, pequeñas fugas. La agenda tradicional adolece de falta de contexto y de profundidad, de seguimiento. Las noticias aparecen constantemente como puntas de icebergs que se divisan en medio del océano pero que, tras un breve intervalo de tiempo, desaparecen y se hunden de nuevo, a la espera de algún hito que las rescate durante unas horas. Además, el 90% de esa información recogida en la agenda setting se compone de un batiburrillo de datos y declaraciones que en la mayoría de casos carecen de sentido por sí mismas. Imagino que es fácil que a ojos de muchas de las personas que esos medios consideran potenciales lectores, la actualidad, el día a día, sea una corriente demasiado difícil de seguir. Estar informado se convierte en un desafío, en un trabajo que requiere demasiadas horas de dedicación cuando en tu día a día ya no andas sobrado de tiempo. Para los que se atreven a zambullirse en el mar de icebergs, la infoxicación es uno de los posibles males. Según la Fundeu, infoxicaicón es “el neologismo acuñado por el especialista en información Alfons Cornella para aludir a la sobresaturación de información”, es decir, la sobrecarga o sobredosis de información o, mejor dicho, de desinformación, porque el efecto directo de la infoxicación es no enterarse absolutamente de nada. Como periodista me encuentro en la tesitura de dejarme arrastrar por la agenda setting, formar parte de ella, contribuir a la infoxicación o, aprovecharme de sus estructuras para intentar crear fugas, pequeñas grietas. Se podría decir que, en la era de la información, nos hemos acostumbrado a vivir terriblemente desinformados y los periodistas de a pie, extenuados por las condiciones laborales, y alentados por la promesa de un futuro mejor, nos debatimos entre seguir la corriente y conseguir, si es que lo conseguimos, un asiento acomodado, o pelearnos contra las olas de un mar embravecido para contar que se esconde bajo cada uno de los icebergs.