La manada somos nosotras

Siempre que leo textos de feministas de principios del siglo pasado me pregunto cómo debieron sentirse. Imagino la sensación de soledad, el sentimiento de incomprensión, el miedo, la rabia contenida, el grito ahogado, las ganas de vomitar.

Cuando surge en tu cabeza una idea revolucionaria, especialmente cuando es una idea que atenta contra un orden bien montado y que es censurada por tu entorno, lo más probable es que pienses que es cosa tuya o que estás loca, y que desistas. A las mujeres, además, nos hacen siempre dudar de nosotras mismas, de nuestro propio criterio. Sin embargo, cuando tienes la posibilidad de hablar con otra mujer, cuando compartes con otra mujer tu sentir respecto al mundo y esa otra mujer se ve reflejada en tu relato y comparte también su propia visión, y las dos descubrís que vuestra idea no es tan peregrina, ahí es dónde surge el cambio.

Por eso la unión de las mujeres es un acto revolucionario, porque al patriarcado, como a todo sistema de opresión, le interesa que las mujeres no nos aliemos entre nosotras, que seamos enemigas y competidoras, que nos sintamos solas, incomprendidas y desistamos. Me pregunto cuántas historias, cuántas ideas, cuántas experiencias de tantas y tantas mujeres habremos perdido porque el mundo las hizo sentirse demasiado solas, demasiado incomprendidas, demasiado locas.

El feminismo combate ese discurso y nos une a las mujeres por encima de nuestras diferencias contra una opresión común, y nos ayuda a descubrir que somos fuertes, que no estamos locas y que podemos expresar nuestra rabia, que es legítima.

Creo que vivimos un momento extraordinario. Las mujeres siempre nos hemos topado con la barrera física y temporal para unir nuestras fuerzas. Y mientras luchamos por seguir rompiendo barreras físicas, el mundo virtual nos ha permitido tejer redes y comunicarnos en un espacio que -al menos en un principio- parecía no tenerlas. Poco a poco vamos descubriendo que este campo tiene trampas y que algunos están interesados en plantar vallas. Además en el campo no estamos solas, compartimos espacio con un gran puñado de buitres. Pero, mientras tanto, las feministas compartimos saber, experiencias y creamos cálidos espacios virtuales donde resguardarnos.

¿Es suficiente con tuitear? ¿Con usar un hashtag como #noestássola? Probablemente no. Pero algo cambia cuando una mujer pide a las demás que compartamos nuestras experiencias de acoso sexual y cientos de mujeres se lanzan a tuitear.

Con el caso ‘Weinstein’ muchos hombres han expresado en Twitter sus dudas, les parece sospechoso que de repente tantas mujeres denuncien haber sido violadas o acosadas. A las feministas y personas formadas en esta materia no nos sorprende en absoluto: se duda tanto de las mujeres, de nuestro testimonio, que tienen que darse unas circunstancias muy específicas, un entorno de seguridad, de complicidad, para que te atrevas a denunciar hechos de este tipo. Lo mismo ha ocurrido en España durante las últimas semanas con el juicio por la violación en Sanfermines. Se duda de la víctima porque las mujeres no somos de fiar. Como decía Beatriz Gimeno en un artículo reciente para CTXT, la violación es el único crimen en el que la víctima es la que debe demostrar su inocencia.

Saber que #noestássola, que «somos manada», leer a otras mujeres y verte reflejada en su visión del mundo, en sus experiencias, es más revolucionario de lo que podría parecer en un principio porque te permite tomar conciencia sobre tus propias vivencias, te saca de tu burbuja y te conecta con las miles y miles de mujeres que te precedieron y con las que compartes opresión.

Nos necesitamos las unas a las otras para no sentirnos solas, incomprendidas y locas. Para desprendernos de la rabia, para seguir luchando, para sanar. Por nosotras, por las que vendrán y por todas las mujeres que no tuvieron a nadie que las dijera: «hermana, yo te creo».

Las calles son nuestras -Laura M.Mateo

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