Una amiga que lleva casi dos años saliendo con un chico me dice que cuando ve a familiares o amigos con los que tiene trato de cuando en cuando siempre le preguntan si tiene o no novio porque «no han visto nada en sus redes sociales». Lo que no se ve no existe y en estos tiempos que corren la frase se podría actualizar a «lo que no se sube a Facebook o Instagram, no existe».
Días después de esa conversación leo en el último número de la revista Píkara un artículo de Brigitte Vasallo sobre el modelo de amor que proyectamos en nuestros perfiles en redes sociales. «La propaganda romántica nos horroriza cuando la protagoniza el populacho en televisión, ¿pero acaso no la alimentamos en nuestras redes sociales?». Es una cuestión que siempre me ha generado dudas: ¿puedo criticar o replantearme un modelo determinado de amor, o un canon de belleza concreto, y a la vez respaldarlo sin darme cuenta desde mis redes?
«Está claro que los sistemas nos atraviesan y vamos haciendo lo que podemos, pero tenemos que poner las alarmas sobre la propaganda de manera urgente, sobre qué tipo de relaciones jaleamos frente a otras mucho más sanas, como la amistad, qué tipo de romantizaciones aplicamos», añade Vasallo.
Este tema se me enlaza en la mente con otro: qué valoramos como feminista y qué no. Y aunque es un tema peliagudo, creo que tampoco podemos caer en la ambigüedad y asumir que cualquier cosa que haga una mujer por el hecho de ser mujer es ya directamente un acto feminista.
El feminismo requiere una toma de conciencia sobre las opresiones que sufres y las que sufren las mujeres de tu entorno por el hecho de ser mujeres. Por lo tanto, como feministas tenemos cierta responsabilidad con los modelos que perpetuamos, más aún si tenemos cierta visibilidad o somos leídas por un público más o menos grande. Y por ello creo que la frase «puedes hacer X cosa y seguir siendo feminista» está bien, pero con matices. Es decir, puedes depilarte y seguir siendo feminista, ponerte tacones para salir de fiesta y seguir siendo feminista, puedes tener una relación de amor romántico y seguir siendo feminista, pero si ser feminista conlleva un cuestionamiento de esos y otros muchos asuntos, supuestamente deberíamos intentar llevar a la práctica cotidiana lo que proclamamos alegremente en la teoría, y mientras lo logramos, al menos no hacer gala de lo contrario.
En todo caso, me parece mucho más honesto asumir las incoherencias que intentar justificarlas. En vez de decir: «depilarme no me hace menos feminista», prefiero: «aunque soy feminista y sé que las mujeres estamos condicionadas socialmente para depilarnos, me depilo porque no me apetece que me miren por la calle y me siento más segura así».
Con el tema del amor se hace si cabe más difícil porque todas tenemos tremendamente interiorizados los mandamientos del romanticismo patriarcal, como dice Vasallo «tenemos muchas más yonquis del amor Disney que del speed en nuestras filas feministas».
En Instagram veo habitualmente perfiles de mujeres con una gran cantidad de seguidores, que hablan de feminismo, que se consideran feministas, y que al mismo tiempo promocionan día sí y día también el mismo modelo de amor en sus publicaciones. Incluso perfiles de parejas lesbianas y feministas que caen una y otra vez en ensalzar el amor de pareja como el vínculo más importante de sus vidas.
Desde la famosa frase de Kate Millett «el amor ha sido el opio de las mujeres como la religión de las masas», han sobrevenido muchas teóricas feministas que han puesto el foco en el amor como una de las primeras opresiones para las mujeres. La escritora feminista Coral Herrera acierta en su libro Mujeres que ya no sufren por amor en señalar el romanticismo patriarcal como uno de los grandes peligros para las mujeres. Porque a pesar de ser feministas, seguimos cayendo una y otra vez en las mismas dependencias emocionales. Como feministas sabemos de sobra que el amor tal y como lo tenemos interiorizado nos oprime, sabemos que no tenemos que depender de ninguna pareja para realizarnos, sabemos que no debemos idealizar a las parejas, que tenemos que andarnos con ojo y, sin embargo, nos cuesta mucho echar el freno de mano cuando nos enamoramos de alguien, y nos dejamos llevar sin control por la marea de hormonas y sentimientos que nos abordan.
Aunque las feministas llevamos mucho trabajo a las espaldas y seguimos trabajando a día de hoy para intentar sacarnos de dentro todas esas ideas sobre el amor, nos queda un camino muy largo. Y es un camino necesario para lograr nuestra independencia. A pesar de ello y mientras trabajamos creo, como Brigitte Vasallo, que es urgente repensar los modelos que perpetuamos sin darnos cuenta desde nuestras redes sociales, e intentar ganar en coherencia al tiempo que asumimos y explicamos nuestras incoherencias.
Es legítimo querer ser una más y expresar en redes sociales lo mucho que amamos a la persona de la que estamos enamoradas, pero antes de darle a compartir deberíamos pensar si con ese gesto estamos o no perpetuando un modelo que queremos desterrar. O como dice Vasallo, dar espacio también para otros afectos: «desocupar esos espacios y llenarlos de otros vínculos, de vínculos de vida mucho más desinteresados que esa romantización eterna de lo mismo de siempre».
