La primera vez que escuché hablar sobre la zona de confort fue en segundo de carrera. Una profesora nos mostró el típico gráfico donde se ve a un monigote dentro de un círculo que representa su zona de confort y fuera de éste, «el lugar donde ocurre la magia». La idea me conquistó.
Desde ese momento no ha hecho sino crecer la cantidad de artículos, post en redes sociales e incluso frases en tazas que nos invitan a salir de la zona de confort para lograr crecimiento. Estamos todas/os desquiciadas buscando la forma de escapar de la zona de confort, enfrentarnos a nuevos retos y lograr el nirvana del crecimiento marketiniano, neoliberal y entrepreneur.
Sin embargo, ¿no estamos hablando de zona de confort como si todas tuviésemos una?
Con el paso de los años me he dado cuenta de que construir una zona de confort, una en la que te sientas segura, acompañada, con las necesidades básicas cubiertas, con lazos familiares sanos, laboralmente estable… es tremendamente complicado. Un privilegio. Una rareza.
Entonces, ¿por qué querer salir continuamente de esa zona cuando has logrado tenerla? ¿Por qué no valorar y disfrutar lo que la zona de confort nos ofrece durante el tiempo que nos dure?
Compartir mi vida durante muchos años con una persona que disfruta y cuida mucho de su zona de confort me ha permitido entender mi propia vida de otra forma, volver a mí misma, a lo local, a lo cercano, y así empezar a disfrutar y cuidar de mi zona de confort, una que me ha costado muchísimo tiempo tener y que, quizás por esa razón, valoro enormemente. Pero no siempre ha sido así, y yo también estaba inmersa dentro de esa dinámica perversa del «quiero más».
Comparto la idea de intentar crecer personalmente y aceptar los retos que la vida nos ponga, probarnos a nosotras mismas, buscar nuevas experiencias, pero no creo que todo ello tenga que estar en conflicto con valorar lo que ya tenemos y hemos construido, o incluso, por qué no: dejar de ansiar más de lo que tenemos continuamente. Y aprender a cuidar y poner en valor a las personas, animales y todo tipo de cosas materiales que ya están en nuestras vidas.
Recuerdo que hace un tiempo lei una reflexión en ese sentido en la que la autora apuntaba que incluso dentro de esa zona de confort ocurren continuamente cosas que nos sacan, irónicamente, del confort: dificultades, momentos de ansiedad, miedos, cambios, pérdidas, duelos… Y que, por lo tanto, no es necesario salir continuamente de «la zona» para hallar crecimiento. De hecho, intuyo que precisamente ese volver a lo cercano, al presente de lo que tenemos y somos, está íntimamente relacionado con el autoconocimiento y crecimiento.
En definitiva: porque no es fácil tener una zona de confort, porque no todo el mundo la tiene, y porque creo que merece una reflexión cómo hemos asumido que el cambio constante, el desechar continuamente lo que tenemos para comenzar una nueva cosa o para lograr más, es el mejor y más deseable de los caminos.
Por el momento, que quien quiera salga de su zona de confort, y que disfrute el viaje, que yo me quedo un ratito más en la mía.
