A nadie se le escapa que está de moda viajar y desde que existe Instagram, aún más. Esa noción me ha llevado durante muchos años a viajar sin realmente plantearme qué esperaba de ese viaje o si realmente tenía ganas de hacerlo, incluso a realizar viajes en momentos de mucha ansiedad, en los que mi cuerpo, mis entrañas, me gritaban que me quedara en casa. He hecho viajes maravillosos en los que he disfrutado mucho, y he hecho viajes aparentemente maravillosos en los que he sufrido enormemente, pasando por encima de mí misma, durmiendo mal y viviendo con un nudo en el estómago porque, a veces, estar lejos de casa no me gusta. ¿Me gusta viajar y explorar y descubrir? Sí, pero me ha costado asumir que no siempre me apetece. Que de hecho, hay otras cosas que me gusta o que a veces prefiero hacer. Y que, en realidad, disfruto mucho de la seguridad y calma que me dan mis rutinas. Y lo más importante: que ESTÁ BIEN ASÍ, que NO PASA NADA POR SENTIRME ASÍ.
Esta reflexión me nace escuchando un capítulo del podcast de Lucía Terol en el que Aniko Villalba reflexiona sobre las luces y sombras de su etapa vital como viajera y sobre la necesidad de escribir. Ella acuña el término “escribiviente” para referirse a aquellas personas para las que «escribir es tan natural como respirar».
