Ayer fue San Valentín y a propósito de este día compartí una entrevista a Brigitte Vasallo hablando de poliamor. Sus tesis resultan a menudo incómodas porque nos enfrentan con nuestros miedos e inseguridades y nos obliga a cuestionarnos: ¿qué entendemos por amor, cómo lo vivimos, cuáles son sus fronteras? Bajo su punto de vista, el poliamor no consiste necesariamente en acostarse con más personas o tener más parejas, sino en acudir a la base de la estructura de las relaciones, a esa jerarquía que sitúa a la pareja en la cúspide de una pirámide afectiva —seguida de la familia sanguínea, las amistades y el resto de personas—, y que es la causante del modelo de amor romántico que desarrollamos —heterosexual como norma y monógamo— al tiempo que es escenario en el que se producen todo tipo de violencias, hasta el asesinato. La deconstrucción de esa pirámide, que solo se podrá realizar de forma colectiva, puede conducir a tener más relaciones afectivas, pero únicamente porque una vez desmontado ese modelo de amor, la exclusividad afectiva y sexual pueden caer por su propio peso. Cuando se habla de poliamor hay quien exclama, “¡qué complicado!”, pero ¿acaso no son complicadas ya todas nuestras relaciones: las familiares, las amistosas, las monógamas? Nos hacemos daño constantemente porque carecemos de educación afectiva y vivimos los afectos como luchas de poder. Por lo tanto, tener más parejas —o no tener ninguna, porque no olvidemos que socialmente se ha penalizado siempre la soltería, especialmente la femenina— no sería el origen sino el fin de un proceso que es complejo y, como explica Vasallo, una vez que desterramos los mitos del amor romántico, que entendemos que no hay medias naranjas y que cuidarse y amarse es otra cosa, el número de personas que entren en esa ecuación carece ya de importancia. Lo importante es desde dónde nos relacionamos y cómo lo hacemos. En ese sentido, si planteamos el poliamor como un acumular personas y parejas monógamas en paralelo bajo las mismas estructuras de poder, dejando cadáveres emocionales a nuestro paso, no hemos entendido nada. Si bien, existen barreras casi impenetrables, resistencias invisibles, como el hecho de que todo el sistema y la cultura, el consumo y el ocio, estén pensados para la pareja y las familias nucleares. Llevo tiempo pensando que un plan vital alternativo para caminar hacia ese modelo, una, si se quiere llamar, estrategia de autodefensa —porque como dice Vasallo “tenemos derecho a la autodefensa”— podría ser apostar por la convivencia con amistades o compañeras, y no con parejas, para desmontar así el núcleo familiar donde se producen las violencias que en muchos casos están mediadas por una dependencia económica y material brutales —“Me interesa dónde situamos a las amigas”, dice la autora—. De hecho, en un mundo en el que el amor romántico produce todo ese dolor y sufrimiento, desligarlo de la convivencia puede ser más una urgencia que un capricho. Porque, se pregunta Vasallo, “¿a qué hemos llamado amor y por qué el amor es siempre tan maravilloso? ¿No habrá acaso que abrir el melón del amor y ver qué nos vale y qué no?” A este respecto, explica que socialmente el amor se considera un asunto femenino, y por tanto nimio, casi ridículo y, sin embargo, es la principal razón de sufrimiento humano, aquella por la que acudimos a terapia, aquella por la que muchas mueren asesinadas. Habrá que hablarlo.
