Viernes – 27/03/20
Abro la prensa y leo los titulares. Dicen que Italia ha vuelto a registrar un día negro en número de fallecidos y ya supera los 9.000 en total. También dicen que Madrid prepara otra morgue en la Ciudad de la Justicia, y que el Gobierno prohibirá los despidos durante la crisis. Pienso en escribir sobre ello. También pienso en escribir sobre las tareas que hecho durante el día, o sobre las personas que veo cuando me asomo a la ventana. Pienso que podría hacer alguna reflexión al respecto, pero no me viene absolutamente ninguna reflexión a la mente. Comienzo a escribir unas líneas pero no me convence. No me sale. Hoy no. Nada. Vacío. Así que en vez de eso me bebo otro café, pongo música, enciendo una vela y me masturbo -¿se puede publicar eso?-. No siempre lo preparo tanto, pero yo que sé, supongo que hoy me apetecía masturbarme bonito. Después me doy una ducha y escribo un texto en el diario que no es público. Al terminar me siento como se siente una después de un orgasmo, en este caso dos: el físico y el de volcar las ideas sobre el papel. Con esa sensación de ligereza tan agradable, con esa somnolencia que provoca que los pensamientos casi parezcan derretirse y caer hasta el suelo. Con esa momentánea ilusión de que nada importa y de ser únicamente un cuerpo que come, bebe, ama, se excita. Casi como si la cuarentena no existiera y bastara solo con respirar. Y envuelta en esa sensación sale este texto que sí publico con la única pretensión de ser honesta. Supongo que siempre se puede encontrar belleza y placer, incluso en el fin del mundo.
Más de Una ventana propia para el fin del mundo