Habitar el cuerpo

Lunes – 13/04/2020

Se presenta estos días ante mí la inmensa posibilidad de ser enteramente cuerpo. Sin las exigencias del mundo productivo, o al menos con ellas sonando a una intensidad más baja, me descubro siendo más animal que nunca. Leo en algún sitio que este escenario está dinamitando nuestros horarios, que ahora tenemos la oportunidad de escuchar qué pide la carne y dárselo. Matar el hambre a deshora, dormir haya o no luz, hacerse un ovillo en el sofá cuando baja la regla, o sofocar el deseo que arde, una y otra vez, hasta que las piernas tiemblan y ya no hay más éxtasis posible que alcanzar. Viajar hasta las tripas y preguntarles qué nos apetece, qué nos apetece de verdad. Leo un texto de mi amiga Leticia Guedella sobre el deporte en cuarentena, al final dice: “Necesito dejar constancia de que para mí, como para tantos otros, hacer deporte esta cuarentena no es una forma de mantenerme delgada o de pasar el tiempo, para mí es cuestión de supervivencia. De mantener la cordura. De conseguir ese chute, de dolor y endorfinas, que me permite destensar el hilo tenebroso que tira de mí cada vez que me asomo al balcón”. Lo leo y siento que describe una sensación que he tenido durante estas semanas sin llegarla a conceptualizar. Hace unos días, al terminar de trabajar, me puse a entrenar sin ningún objetivo, salté a la comba, hice boxeo al aire, corrí, bailé, una y otra vez, sin descanso, hasta que sentí el fuerte quemazón en los músculos y el corazón aporreando el pecho. No quise parar entonces y continúe, perdida en esa sensación, casi en estado de semi inconsciencia, hasta que, literalmente, terminé tumbada boca arriba en el suelo, escuchando únicamente el pulso desbocado en mis tímpanos, tun tun, tun tun, tun tun, como si estuviera en medio de la sabana y una manada de rinocerontes se aproximara a gran velocidad. No sé cuánto tiempo estuve ahí, permanecí porque no había ninguna señal interna ni externa que me obligara a levantarme. Me di cuenta de que tenía ante mí la posibilidad de saltar y correr hasta no poder más y luego, simplemente, dejarme ir el tiempo que quisiera en esa sensación embriagadora. Podía sentir el cuerpo, y no solo eso, podía habitarlo.

Más de Una ventana propia para el fin del mundo

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s