«Reconciliar en el cuerpo lo que ha sido y lo que puede llegar a ser»

Miércoles – 15/04/2020

Trabajo de noche y me despierto pasado el medio día. Repaso la prensa por encima pero me encuentro sin ganas de escribir sobre cifras de contagios, ni sobre la posible tercera prórroga del estado de alarma, ni sobre la imagen que un gran medio nacional ha llevado a su portada reflejando, una vez más, las fisuras de esta profesión que en ocasiones es capaz de cometer los peores errores escudándose en una hipotética defensa de lo público. En vez de eso hago unos estiramientos, me preparo un café y continúo con una de las lecturas que tengo empezadas, ‘La Idiota’ de Elif Batuman.

En este libro la protagonista reflexiona muchas veces sobre el acto de escribir. En un momento dado dice:

“Cuando me quedé sola empecé a escribir en mi cuaderno. No dejaba de pensar en la inconstante cualidad del tiempo: en cómo casi siempre estaba vacío, y luego, sin previo aviso, llegaban unos días tan llenos, tan vivos y reales, que parecía indiscutible que eso era la vida, que por fin se había revelado su auténtica naturaleza. Pero luego el tiempo paraba y todo se volvía inconcebiblemente muerto de nuevo, y entonces resultaba que esa plenitud había sido anomalía y que tal vez nunca volviera. Quería escribir sobre eso mientras aún lo sentía. De repente se me ocurrió que tal vez el sentido de escribir no era solo registrar algo del pasado, sino también prolongar el presente, como en ‘Las mil y una noches’, alargar el tiempo hasta el siguiente acontecimiento”.

Apunto la cita y me quedo pensando por qué quienes escribimos no podemos dejar de reflexionar una y otra vez sobre la escritura. También pienso si escribir durante esta cuarentena no será acaso una forma de alargar el tiempo hasta el siguiente acontecimiento.

Entonces voy a buscar el libro de ensayos de Siri Hustvedt y rescato algunas de sus reflexiones al respecto: «El acto de escribir no es una traducción de un pensamiento en palabras, sino mas bien un proceso de descubrimiento […] La escritura es una forma de viajar, un desplazamiento de un lugar a otro y, una vez que termina el viaje, el texto resultante puede ayudar a una persona a organizar su subjetividad, ya que ahora la contempla desde fuera y no desde dentro. A veces, ese yo externalizado sobre el papel puede convertirse en una cuerda de salvamento, una imagen más organizada de la imagen especular que hace posible continuar».

Recuerdo también ‘Ecriw’, el proyecto que han creado Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez y que recoge los testimonios de jóvenes escritores y escritoras. Repaso algunos:

Sara Torres dice: «Es quizás la única actividad que reconcilia en el cuerpo lo que ha sido y lo que puede llegar a ser». Aixa de la Cruz: «Es como hacer una bola de nieve y dejar que ruede, crear algo que no controlas por completo». Alexandra Dezzi: «Cuando escribo estoy donde debo estar, aunque solo dure un instante». Cristina Morales: «Para mi escribir es algo inevitable». Lucía Baskaran: «Escribir para mí es ordenarme».

Me quedo pensando en todas esas ideas y me pregunto ¿qué es para mí escribir? Escribir, pienso, es crear un puente entre todas las versiones de una misma que han existido. Es una disección. Es un salvavidas. Es como pasar los apuntes a limpio. Es un estado alterado de la consciencia. Es una expedición a los pasados que fueron y a los que soñamos, y a los futuros en los que nos proyectamos. Y también es un atrevimiento, porque la escritura te pone un espejo delante, te enfrenta a la incomodidad y te impide mentirte. Me viene a la mente algo que escribí en el diario:

«A veces pienso que sería mejor escribir el diario en tercera persona. La tercera persona es una protección, te permite tomar distancia con lo que escrito y contarte sin contarte realmente, o contarte a través de una persona ficticia que podrías ser tú, pero podría ser cualquier otra. La tercera persona te exime de responsabilidad con lo escrito. Es una excusa. Se elija la primera o la tercera persona, en ninguno de los dos casos pierde autenticidad lo escrito. Sigue siendo igualmente cierto lo que se dice, pero al cambiar el lugar desde donde se dice, se facilita la labor de escribir y, sobre todo, la de escribir sobre una misma. Es como cuando dos personas se gustan y al momento de decirse lo que sienten utilizan la tercera persona en vez de la primera. El mensaje es el mismo, pero al utilizar la tercera persona es como si se diluyera la propia identidad y ese pequeño acto de despersonalización eximiera de las consecuencias de lo dicho. Es muchísimo más sencillo escribir: ‘Ella tiene ganas de besarle’, que ‘tengo ganas de besarte'».

Más de Una ventana propia para el fin del mundo

Una foto de hace tiempo: el bolígrafo es una falange más.

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