Domingo – 3/05/20
En tiempos de crisis anhelamos otros modos de vida. La periodista Emilia Laura Arias dice en Twitter: «¿Y ahora alguien duda de que fue un error apostar por vidas eminentemente urbanas como paradigma de progreso y modernidad? ¿Y si volvemos a los pueblos y nos relacionamos mejor con el planeta?».
Al leerla pienso en la veterinaria y escritora María Sánchez: «En las ciudades hay mucho paternalismo, clasismo, racismo y desprecio. Estamos en 2019 y no todos los pueblos son iguales. Hay multitud de vidas y de formas de trabajar […] A mí me parece ridículo que tenga que ir un periodista de Madrid o Barcelona a contar una historia de un pueblo de Galicia. ¿Qué pasa, que en Galicia no hay periodistas? ¿Sus voces no son válidas o interesantes? Yo creo que hay muchas voces en el medio rural muy interesantes. De hecho, para mí las voces más interesantes de los que escriben en el mundo rural son mujeres». Aquí se pueden leer algunos de los nombres de esas mujeres a las que se refiere.
Desde las ciudades a veces asumimos una imagen distorsionada de lo rural y lo tomamos como el patio de colegio al que acudir a autorealizarnos. Como quien tiene un sobrino, jugamos un rato y se lo devolvemos a sus padres cuando nos cansamos. Entonces nos marchamos orgullosos porque en el fondo creemos que nuestra elección es mejor y más moderna y nuestra vida más cool.
Pienso que yo misma habré caído cientos de veces en esos tópicos. Es casi inevitable. Para mí la ciudad es hostil, nunca termino de sentirme cómoda en ella. Cuando me marcho siento cierta nostalgia pero, pese a esforzarme, en el día a día Madrid no termina de gustarme -esforzarse porque te guste algo ya parece en sí contradictorio, ¿no?-, y a menudo sueño con una vida distinta, o al menos con la posibilidad de experimentarla. Una vida quizás más sencilla y silenciosa, en una ciudad más pequeña o pueblo del norte. En Euskal Herria o Galiza a poder ser. Un par de veces estuve a punto de materializarla y el anhelo continúa ahí, latente, mezclado con todos los prejuicios de los que deseo desprenderme.
Sin embargo, mi abuela necesitaba desquitarse de pueblo y la ciudad fue su modo de ser libre. También para M. En cambio I. huyó de la ciudad y ahora vive feliz frente atlántico, pero eso no le impide llevar en el corazón su barrio madrileño y lo tiene siempre presente. También B. ama su Vallekas y asegura que no viviría en otro sitio, si acaso en Atenas. La percepción de la misma cosa está impregnada de historia personal.
Sea de una otra forma, se prefiera una cosa o la otra, creo que tiene razón Arias cuando dice que la vida urbana no es sinónimo de progreso, igual que tiene razón Sánchez cuando habla del paternalismo con el que miramos a lo rural desde las ciudades. Pero creo que también es un error caer en el reduccionismo pueblo bueno/ciudad mala. Lo que para unos será el paraíso, para otros será un infierno y viceversa.
Si algo parece mostrarnos este momento es que para poder sobrevivir es urgente encontrar otro modo de hacer las cosas y, para eso, puede que necesitemos una gran cura de humildad y tomar todo lo que haya de bueno a cada lado.
Más de Una ventana propia para el fin del mundo
