Martes – 12/05/20
A veces necesito leer lo escrito por otras para encontrarme. Son días en los que me no me apetece escribir sobre lo que me ocurre y busco que otras lo hagan por mí. Es un acto de valentía: mirar hacia dentro y enfrentarse a ese rugido; y al mismo tiempo de cobardía: buscar que otras pongan en palabras aquello que tú no te atreves a pronunciar.
Es también una sensación parecida al hambre. Cuando me ocurre entro en trance, pierdo la consciencia y voy de un libro a otro, de un texto a otro, devorando las palabras, buscando la clave, la frase, la idea que calme ese pálpito. Entre tanto pueden pasar horas en las que no existe otro objetivo. No hay descanso, ni saciedad hasta que lo encuentro.
Es como quien busca un tesoro sabiendo que está ahí, en algún lugar, y no puede cesar en su empeño hasta que da con él.
Y entonces leo a Clarice Lispector: “Echar de menos es un poco como el hambre. Sólo se pasa cuando se come la presencia. Pero, a veces, el echar de menos es tan profundo que la presencia es poco: se quiere absorber a la otra persona entera. Esa gana de ser el otro para una unificación entera es uno de los sentimientos más urgentes que se tiene en vida”.
Más de Una ventana propia para el fin del mundo
