Dice Antonio J. Rodríguez en La nueva masculinidad de siempre: “Invertir en lujos implica vivir peligrosamente y vivir peligrosamente es lo que más conciencia nos hace de tener nuestra propia vida; por tanto, es una de las cosas que nos hace sentir vivos. Es decir, vivimos para ser inmortales, pero jugar a ser inmortales nos mata”.
La idea me recuerda a otra del libro A new earth, que dice: “Everybody’s life really consists on small things. Greatness is a mental abstraction and a favorite fantasy of the ego. The paradox is that the foundation for greatness is honoring the small things of present moment instead of pursuing the idea of greatness”.
Se me despierta un debate no resuelto conmigo misma sobre la aventura, los cambios y el capitalismo. Hay quienes me han dicho que “las ganas de cambio constante o emociones fuertes se deben a un impulso capitalista”, que necesitamos cambiar constantemente, no sólo de chaqueta, sino la vida, el trabajo o las relaciones, porque nos aburrimos rápido de lo que tenemos. Reconozco en mí ese aburrimiento de lo conocido y la emoción que subyace frente a lo nuevo. Me vienen a la mente dos asuntos: el deporte y el sexo.
En cuanto al primero, cuando he comenzado un nuevo deporte o práctica que me ha apasionado -baloncesto, yoga, boxeo o escalada- detecto una especie de curva de emoción:
Al principio hay un desconocimiento absoluto y las ganas de descubrimiento se mezclan con una patosidad brutal que hace que la práctica sea agradable-desagradable. Posteriormente se entra en una fase en la que aún se descubre, pero ya se domina algo la técnica, lo que produce un chute de emociones muy fuertes porque “las cosas comienzan a salir” pero todavía hay novedad; esta es, a mi juicio, una fase muy bonita. Finalmente se llega a la fase de conocimiento profundo, en la que ya está asentada la base de la práctica, y aunque sigue habiendo resquicios emocionantes, ya nos sentimos seguros, y esa seguridad permite un disfrute diferente, uno que es cómodo y agradable.
Con el sexo pasa igual. Habitualmente se asocia la buena sexualidad a la pasión de los primeros encuentros. Después, cuando ya se conoce a la otra persona un poco, pero no mucho, el sexo se convierte paulatinamente en cómodo, pero al mismo tiempo continúa resultando excitante. Finalmente, se llega a un momento en el que muchas personas rompen la relación por el descenso de la curva de emoción: el otro ya no nos sorprende.
Sin embargo, como dice Brigitte Vasallo, aunque la pasión de lo nuevo es altamente deseable, follar con una persona a la que se conoce permite otro tipo de disfrute: la de seguir descubriendo el placer del otro y dejarse ir sin miedo a defraudar, o presión por “estar a la altura”. Es decir, follar conociendo la técnica.
Por lo tanto, mi pregunta final es, ¿puede haber equilibrio? ¿Toda búsqueda del cambio y de lo novedoso es capitalista? ¿O se puede disfrutar y valorar lo ‘pequeño’, lo cotidiano, lo conocido y al mismo tiempo no renunciar a la aventura, al descubrimiento y a la pasión?
Si lo pienso bien, comenzar a escalar no me impidió seguir haciendo y disfrutando del yoga y, de hecho, dicen que son dos prácticas muy compatibles.
