«Dar mucho en las relaciones» se entiende a menudo como expresar sentimientos y emociones con facilidad, estar pendiente de otra persona y encargarse de los cuidados del día a día de la relación cuando la otra parte no lo hace en la misma medida. Entonces se siente que se da «mucho», es «mucho» porque no se recibe lo mismo a cambio, si se recibiera, no se sentiría que se está dando «mucho».
Está bien e incluso es recomendable hacer una revisión de nuestras necesidades y entender que éstas no siempre pueden concordar con las de la otra persona. Como somos humanas, y también tenemos nuestras mochilas, podemos cometer errores o ser injustas. Las relaciones son complejas y a veces nos hacemos daño aunque la intención no sea esa. Pero, en una relación medianamente saludable, o con la voluntad de que lo sea, eso es algo que se podrá hablar y trabajar para llegar a un equilibrio. La revisión y voluntad personal de cada una de las partes se sumará a la voluntad conjunta de entenderse. En caso de que no sea así, si las necesidades de uno y otro no concuerdan, lo suyo y lógico sería que la relación acabara y ojalá de buenas formas y que cada uno siguiera con su vida.
El problema es que hay ocasiones en las que se junta la no revisión o reconocimiento de las propias necesidades con la nula o escasa voluntad del otro para entender e intentar alcanzar acuerdos, sumado todo ello al empeño por ambas partes -que obedece a razones complejas- de mantener la relación a toda costa. Esta situación se da en muchísimas relaciones y provoca mucho dolor y conflictos.
Es en esas ocasiones cuando la persona que «da mucho» suele hacer malabares para intentar encajar en el esquema del otro, sin ningún tipo de ayuda por su parte, o recibiendo un «yo soy así» -o similares- por respuesta.
«Es que quizás pido demasiado», «es que quizás soy pesada», «es que quizás no soy suficiente», «es que quizás le estoy agobiando…» cuando se sienten cualquiera de estas cosas, especialmente cuando se sienten sin que la otra parte haya comunicado explícitamente sus necesidades (y hecho algo, además de decirlo, por alcanzar puntos de encuentro), es señal de alarma, porque significa que el otro está generando esas sensaciones mediante sus acciones, y eso suele ser mediante desplantes, silencios, malas caras, enfados repentinos o desmedidos, comportamientos erráticos (dar y retirar cariño), ausencias, y un largo etc.
La persona que da «mucho» se queda en la relación movida por una necesidad emocional que intenta colmar esperando recibir el reconocimiento de alguien que no puede o no quiere dárselo, aunque desde el otro lado se asegure que sí; y la otra persona se queda, en el «mejor» de los casos, porque no dispone de herramientas o de la madurez emocional suficiente para actuar de un modo responsable afectivamente y, en el peor, porque, aunque finja lo contrario, también «necesita» a esa persona pero, en este caso, por motivos que pueden ser diversos, pero que no tienen que ver con el amor o la voluntad de hacerse bien mutuamente: recibir cuidados, ejercer poder, entretenerse, tener sexo disponible, recibir reconocimiento social…
El error, por lo tanto, es de perspectiva: no es «dar mucho» sino quedarse allí donde alguien hace sentir que se está dando demasiado y no se recibe nada, o poco, o unos días sí y otros no, a cambio.