¿Soy una egoísta?

Domingo – 07/06/20

Con la desescalada hemos vuelto a hacer planes. El jueves tenía planes por la mañana y por la tarde. Al final, en el último momento me los cancelaron todos, y la verdad es que fue un alivio. Tras decir esto parece necesario aclarar que me apetecía ver a esas personas, que las quiero, que me alegra tener amistades con las que compartir buenos ratos… una cosa no tiene nada que ver con la otra. O eso creo.

Leo un texto en eldiario.es: «Hoy anuncian que en Barcelona pasamos de fase y me pregunto si soy la única que prefiero quedarme como estoy. ¿Será que tengo el síndrome de Estocolmo y por eso prefiero quedarme en mi prisión? No sé, es solo a ratos que tengo esta sensación, no quiero que vuelva el miedo ni la angustia por el colapso sanitario. Me he acostumbrado a madrugar y dar paseos en bici. A llevar siempre la mascarilla y el bote de gel en el bolso. A ver a poca gente y pasar muchas horas en casa, a hacer mis propias galletas, pan y croquetas y hasta me envalentoné con un ramen».

Leo otro de Isaac Rosa: «No tienes ‘síndrome de la cabaña’, es que no quieres volver a la vida de mierda”.

Además de planes, con la desescalada también estamos volviendo paulatinamente al trabajo presencial. Este sábado recorro Madrid en metro a primera hora de la mañana y me sorprendo de la cantidad de gente que hay para ser tan temprano. Si el metro es agobiante de por sí, con la mascarilla y la distancia de seguridad la sensación es amarguísima. Después de trabajar vuelvo a casa, me ducho, me cambio, pongo una lavadora, me tumbo 10 minutos en la cama y de ahí voy a casa de mi familia para celebrar un cumpleaños. Cuando a las 9 de la noche regreso dando un paseo solo puedo pensar una cosa: «Al menos durante la cuarentena no tenía que poner excusas para no hacer visitas».

Inmediatamente me siento fatal: ¿Soy una egoísta?

Un día de confinamiento charlaba con una amiga y nos preguntábamos: “¿Con quién estás hablando durante la cuarentena?”. Nos dimos cuenta de que solo estábamos hablando con quien realmente nos apetecía hablar. Esta experiencia nos ha mostrado también los vínculos que nos son necesarios o agradables, y los que no. Las personas con las que has mantenido un contacto más o menos regular, y aquellas a las que quizás no has echado tanto de menos.

Cuando vi acercarse el momento de la desescalada me di cuenta de que necesitaba tomármelo con calma, hacer una “desescalada emocional”, escribí. Sin embargo vuelvo a sentirme sorprendida por el trajín al que una parece verse arrastrada sin remedio. Como la autora del primer texto, «no quiero que vuelva la angustia por el colapso sanitario», pero sí añoro el silencio de la calle, que ha desaparecido de golpe, y la sensación generalizada de no tener que cumplir con todo.

Es posible que la vida pre cuarentena ya nos pareciera demasiado ruiodosa y ajetreada, pero ahora hemos visto que es posible hacer las cosas de forma diferente.

Más de Una ventana propia para el fin del mundo

La foto que le mandé a una amiga con el título: “Primer día de trabajo presencial”

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