Es mentira que los muertos no hablen

Tú no sabes amar,
te podría ofrecer mi cuerpo
y hasta mi alma en Santo Sacrificio,
pero no me pertenecen
ni el uno, ni la otra,
aún así podría,
como una falsa promesa,
como quien promete la luna,
o un futuro inalcanzable,
y rodearme de manjares exquisitos,
agasajarte,
decirte, como Cristo:
«Tomad y comed, este es mi cuerpo,
que será entregado por vosotros».
Que el vino sea mi sangre:
«Sangre de la alianza nueva y eterna».
Tú, en cambio, te limitarías
a levantar o bajar el dedo,
dictando sentencia,
como un emperador,
de un imperio en decadencia.
Como un buitre
que agazapado espera,
para alimentarse de carne macilenta.
Pero la mía es carne santa, carne divina,
no sucumbe a los gusanos
que pueblan los cementerios,
al probarla cometerías sacrilegio,
en ella no puedes hallar alimento.
Mientras tanto lloramos a los muertos,
a los buenos y a los malos,
los huesos que quedan por roer son quemados,
«polvo eres y en polvo te convertirás»,
e intentamos escuchar qué nos quieren decir:
es mentira que los muertos no hablen.

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